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San Junípero Serra
(Fray Junípero Serra)

CARTA DEL P. GEIGER AL PADRE SERRA | VIDEO CANONIZACIÓN

San Junípero Serra

(José Miguel Serra y Ferrer; Petra, España, 1713-San Carlos, México, 1784).
Religioso franciscano español. Profesó en 1731 en el convento de franciscanos de Palma, donde cambió su nombre de nacimiento por el de Junípero. En 1738 fue ordenado sacerdote y se doctoró en teología. De estos años se conservan compendios de sermones dictados por él en sus diferentes itinerarios sacerdotales.

En 1749 viajó a México como misionero apostólico junto a otros religiosos, entre ellos Francisco de Palou, que sería su biógrafo. Destinado a la región de Sierra Gorda, ejerció diferentes cargos directivos en los conventos franciscanos de Ciudad de México.

Tras la expulsión de los jesuitas de la Baja California, fueron los franciscanos quienes ocuparon las misiones de esta región y, al iniciar las tropas españolas la conquista de la Alta California, en 1769, fray Junípero y sus misioneros participaron activamente en el descubrimiento de Monterrey, a la vez que se consagraban a la tarea evangelizadora de los indígenas. En su labor fundadora, establecieron las misiones de San Diego (1769), San Carlos (1770), San Antonio (1771), San Francisco (1776) y San Buenaventura (1782), entre otras.

Las misiones fundadas por los franciscanos acogieron a miles de indios, y la severa actitud de Serra frente a las autoridades militares, en defensa de los indígenas de los territorios conquistados, le llevaría a enfrentarse con todos los comandantes militares que trató. El profundo respeto que despertaría más adelante su labor se ha mantenido hasta nuestros días.

A base de amor y de paciencia, y con el lema “no pedir nada y darlo todo”, fue cristianizando a aquellos indígenas pames y jonaces conocidos por su fiereza. También les inculcó el amor por el trabajo y junto con maestros traídos de otras partes les enseñó las artes de la construcción y la carpintería.

Así, los indígenas construyeron las cinco maravillas que son las misiones de Jalpan, Landa, Tancoyol, Concá y Tilaco. No contento con esto, Junípero siguió su peregrinar, siempre a pie, hacia las Altas Californias, evangelizando y fundando misiones, hasta completar 21, además de 5 en Querétaro y 3 en Nayarit.

Por su importante obra evangelizadora en territorios agrestes e inexplorados de la Nueva España, así como por los varios milagros que se le atribuyen, el papaJuan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.

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Carta del P. Geiger al Padre Serra

San Junípero SerraEl P. Maynard J. Geiger, franciscano, de la Provincia de Santa Bárbara de California, consagró toda su vida, por disposición de los superiores, a la investigación y estudio de la vida y obra de Fray Junípero Serra. Usando los medios de trasporte a su alcance, incluidas muchas horas de camino a pie, recorrió los lugares por donde había pasado el gran misionero de aquellas tierras, y visitó todos los sitios en que suponía que podía encontrarse algún dato o documento referente a Fray Junípero o que pudiera ayudarle a conocerlo mejor. Tras muchos años de intensa investigación, consiguió reunir más de diez mil documentos que iluminan la figura del P. Serra. Tan prendado quedó de la personalidad de este extraordinario misionero y civilizador, que al final, entusiasmado, le escribió la siguiente carta que, evidentemente, es anterior a la beatificación de Fray Junípero.

Misión Santa Bárbara. California. Noviembre, 1943.

Carísimo Padre Serra:

Creo que ya te conozco tan íntimamente, que a veces me imagino ser tu compañero de viaje, tanto en alta mar como en aquellas largas y laboriosas caminatas tuyas por Méjico y California. Los mismos reportajes y cartas que tú escribías tan llenos de lógica persuasiva, tan repletos de planes para extender el Reino de Dios, tan llenos de visión de largo alcance combinados con un sentido práctico poco ordinario. Todo me parece misivas personales que me escribías, y no sólo tú mismo me revelas tu gran personalidad; también aquel estudiante, compañero y admirador tuyo, Fray Francisco Palou, me cuenta muchas cosas de ti que tu innata modestia te hubiera prohibido decirme.

Tus cartas, en verdad, serían del agrado de San Bernardo, porque se conforman con sus principios: «No disfruto de lo que me escribes a no ser que lleve el eco de Jesús». Tú pensabas en aquel santo nombre en tus horas de vigilia. Frecuentemente lo grababas con amor en las páginas de tus cartas, y mientras dormías, según atestigua el Padre Palou, a menudo exclamabas: «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo».

Me parece poder seguirte desde la humilde y encantadora Petra hasta el famoso y pintoresco Monterrey, último término de tu terrena peregrinación.

Te veo caminar, con paso todavía débil, acompañado de la mano de tu padre, al templo franciscano de San Bernardino, y oigo allí aquellas primeras notas que salían de tu voz infantil y que más tarde sonaban como trompetas de clarín, aún hasta tu último «Tantum Ergo». Hiciste que la música de Dios se oyera hermosa en dos continentes.

San Junípero SerraContemplo cómo vestiste el hábito del Pobrecillo de Asís, y te veo crecer en fervoroso celo y nostálgica oración, mientras siendo novicio en el convento de Jesús Extramuros te vas convirtiendo en misionero en potencia y mártir en deseo. Hiciste tus votos, y nunca te olvidaste de aquel día. «Viniéronme por la profesión todos los bienes», decías. Nunca dejaste de renovar estos votos anualmente, aunque los testigos fueran tan sólo los cactus del desierto, y la única luz, las brillantes estrellas del firmamento.
Al igual que en el caso de otros religiosos, tu vida de preparación para el sacerdocio fue obscura y sin sentido para el mundo exterior; pero allí sembraste la semilla de la futura grandeza. Como estudiante fuiste inteligente; como profesor, tan profundo como popular. Tu consejo era requerido por las altas esferas, al tiempo que eras suficientemente humilde para catequizar al ignorante.

Traigo a la memoria el emocionante acontecimiento de tu encuentro con el P. Palou en tu celda de Palma, cuando mutuamente os revelasteis vuestra vocación misionera, que reconocíais como llamada de Dios; y recuerdo la despedida de tus ancianos padres sin hablarles de tu ulterior destino. Fue duro para ellos, pero quizá más duro para ti, siendo como eras un hijo tan amante; pero no querías que se dijera de ti en el día del juicio: «Quien ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí». Tú no podías escoger el camino de la indecisión.

Defendiste la fe contra las injurias del herético inglés en tu primer viaje en barco, aun cuando te hubiera podido arrojar a la mar. «Quien me confiese ante los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre celestial». Cuando las olas tumultuosas amenazaban tanto a ti como a tus compañeros en un inminente naufragio, noto aquella profunda fe tuya en Dios y en la intercesión de los santos, y cómo llegabas salvo a las playas de tus futuros campos de labor.

Durante el tiempo de tu vida caminaste y caminaste, aun cuando legítimamente hubieras podido haber cabalgado. Trabajaste y trabajaste, cuando razonablemente hubieras podido tomarte un descanso. Ni siquiera aquella pierna tuya dolorida pudo cambiar tus planes ni alteró tu política. Sangrante, fatigado y con dolor caminabas por los campos misionales, como la fiera herida que cojea a través del bosque que ama. No obstante, con todo este dolor, aun te parabas y contemplabas las rosas, aunque sólo por breves momentos, porque el único pensamiento ardiente de tu mente y la única pulsación de tu corazón eran las almas de los indios, pues el ver un aborigen sin convertir te hacía exclamar: «Induimini Dominum Jesum Christum» (Revestíos del Señor Jesucristo).

Penetras en la Sierra Gorda como voluntario de Cristo y conviertes aquella zona montañosa en frondoso jardín, rejuvenecido con el Reino de Cristo. El Salvador Crucificado, su Madre Inmaculada, los Santos Ángeles, vinieron a ser los héroes venerables de los Pames.

San Junípero SerraViajaste por los anchos caminos y por los estrechos senderos de Méjico, llamando a los pecadores al arrepentimiento, teniendo por nada el hambre y la fatiga, el calor y el frío, con tal de que fuera mejor conocido y amado Cristo el Señor.

Cruzas el Golfo de California y vas a un páramo sembrado de misiones, en donde edificas sobre fundamento de otros. Mas tus anhelos no se satisfacen hasta que das con el corazón del país realmente pagano, donde el nombre de Cristo jamás había sido mencionado, y allí manifiestas tú más genuino celo.

Mantienes fijos los ojos en la estrella del norte celestial, a fin de añadir nuevas tierras al reino cristiano. Si otros hubieran sido tan celosos y dinámicos como tú, hubieras llegado a ser el Apóstol de Alaska, así como lo eres de California. Para ti la tierra no tenía fin. Siempre adelante, siempre adelante, por Cristo.

Las únicas rosas en tu vida fueron las de la orilla del camino; tu cama, una tabla. Cada paso que dabas era un dolor, cada movimiento era una angustia para tu alma, porque aquellos que debían ayudarte gozaban de colocar obstáculos sobre tu camino. Pero como lograste tal éxito, a pesar de la escasa ayuda recibida, la gente hoy te aclama como un héroe y pionero de pioneros. Y porque tu móvil era sobrenatural, la gente ya te aclama como santo y espera con ansias la declaración oficial de la Iglesia que tú amaste.

A través de tus cartas sé cuan tenaz, cuesta arriba, esforzada y cuajada de obstáculos fue tu carrera, pues en ellas reflejas los dolores de cabeza y corazón de aquellos tempranos días de labor por Cristo.

Yo comparto contigo tus alegrías y tus penas; tus temores y tus momentos de victoria. Siempre que poso sobre la colina del Presidio de San Diego, sobre aquel lugar el más sagrado de California, te veo arrodillado en oración, con la cruz del Crucificado en una mano y en la otra la imagen de Nuestra Señora, rezando en voz alta mientras la flecha india hiere la mano del Padre Vizcaíno y mata a tu sirviente indígena.

Te veo alborozado en San Antonio cuando suenas las campanas misionales recién levantadas, a fin de que el mundo entero conozca y acuda a Cristo.

Yo te acompaño de vuelta a Méjico para interceder por la causa de las misiones, cuando veías que podían frustrarse tus planes más nobles. Te oigo denunciar a los soldados inmorales y me pongo a tu lado, cuando igualas tu ingenio al de los astutos gobernantes. Te veo enrojecer con ira justificable, porque eres hombre y no ratón. San Pablo era así. Dicen que eras manso. Sí, lo fuiste, pero tu mansedumbre jamás degeneró en debilidad. Tenías un Amo a quien servir y almas a quienes salvar. Tu espíritu dinámico era necesario a los ojos de Dios para ganar las victorias que conquistaste. En este aspecto siempre te defenderé.

A lo largo de la dorada playa, veo levantarse nueve misiones blancas y hermosas que la gente aclama como lo más pintoresco de California. Puedes haber reconocido esto, pero tus pensamientos fueron para las almas indias. Un indio sin redimir hacía sangrar tu corazón; la misión sin fundar espoleaba tu celo, más con todo tú eras paciente y prudente. Los niños de piel cobriza de los desfiladeros y los llanos se acercaban confiados a ti, porque veían en ti al ser sin egoísmos e interesado sólo por ellos. A sus almas dispensabas el alimento espiritual de los Santos Sacramentos y a sus cuerpos dabas comida y vestido.

San Junípero SerraTu labor terminada, tu cuerpo roto, pero tu espíritu valiente hasta el fin lo recuerdo en la escena tuya en el Santo Carmelo. Tan única y edificante que ha sido plasmada en lienzo e inmortalizada en la literatura. Ningún hombre murió como tú. Y entonces en un vuelo abres tu camino hacia Dios, para gozar del primer y verdadero descanso. Quienes te enterraron y para quienes fuiste caballero y asceta hasta lo último, creen que fuiste derecho a Dios. Esto lo testificaron en tantísimas palabras, cuando escribieron a Méjico y a España, declarando que eras un santo. Sus declaraciones las tengo siempre a mi lado. Serán valiosos testimonios cuando sea voluntad de Dios tu canonización. Tu sepulcro es glorioso y los pueblos vienen y se postran en donde tú pasaste al Creador. Te llaman Padre Serra, hombre de hombres, hombre de Dios.

Querido Padre, tu gloria futura entre hombres está en las manos de Dios. Sus caminos no son nuestros caminos. Quizá nuestras oraciones no son aún bastante fervorosas, nuestra fe no sea la fe que mueve montañas. Si a través de tu intercesión se engendra en nosotros una fe verdadera y un fervor profundo, entonces se habrá logrado un glorioso comienzo.

Hace mucho tiempo que moriste, y aun cuando eres mejor conocido, van surgiendo tantos obstáculos en el camino de promover tu causa, que he llegado a la conclusión de que tu camino hacia los altares ha sido algo paralelo a tu carrera en la tierra: un período de olvido, un período de incomprensión y negligencia, un período de batalla y después el tiempo coronará el logro y la victoria. Contigo exclamo: « ¡Paciencia, paciencia! ¡Fiat voluntas Dei!», « ¡Hágase la voluntad de Dios!».

Tengo a San Antonio en la pista de tus cartas, aquel a quien tú llamabas «mi amado San Antonio». Tu ejemplo y tu intercesión suministrarán la paciencia y el celo invencibles, necesarios para proseguir tu causa a despecho de la guerra, la miopía humana y la «demora de la ley», inevitable en tu caso a consecuencia de las muchas cosas que escribiste, dijiste e hiciste. Pero la fe que tengo en tu causa nunca se obscurecerá, así como tu fe en el éxito de tu misión en California nunca disminuyó.

Tu progreso hacia los altares puede ser lento, pero cuando llegues allí yo aseguro un rejuvenecimiento espiritual del que California está necesitada. Tenemos una tierra de hermosura que mana leche y miel. Tenemos por tu causa ricas tradiciones espirituales, negadas a otros lugares. Sin embargo, no somos tan ricos en los valores del espíritu como deberíamos serlo. Quizá pensamos demasiado en términos de Hollywood, yates y magníficas autopistas. Sabes que ya no hacemos muchas caminatas y si guardamos vigilias hay luces de neón en la vecindad.

Cuando se coloque la aureola en torno a tu cabeza, el sacrificio de sí mismo, el amor al prójimo, la búsqueda primero del Reino de Dios significará mucho más para todos los californianos. Estoy seguro. Carmel será entonces la meta de nuestros caminos terrenos y, de allí en adelante, muchos comenzarán a pisar el sendero estrecho, como el de tu propio Camino Real de antaño, hacia la playa de la eternidad.

Tu amigo,
 Fr. Maynard.

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Santa Misa y canonización del beato Junípero Serra

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